Cuando viajé a república checa conocí gente en la pensión. Porque fui a una pensión, destruida, hecha mierda. Y ahí estaba él. Él era del mismo lugar que yo,
sur, paredón y después, sur, una luz de almacén. No solo compartimos origen, cuidad, habitación y cama, si no que también cabeza y lengua. Jamás me había imaginado que me encontraría con un alguien de acá allá que se manifestara igual que yo, otra de acá pero allá. El comunismo nos garpaba, los edificios por derrumbar y ser vueltos a construir también (Einstüerzende Neubauten), nos quisimos ir más para el oeste, abajo, pero terminamos volviendo a casa. Casita. Y nos quisimos tanto en mi comedor, como en mi cama, en las plazas y en los sillones, tanto que no nos pudimos ver más. Pero nos seguimos viendo, él al menos, se que me ve.
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