jueves, 17 de diciembre de 2009

Matutino

‘No hay razón por la cual temer, nena nunca voy a ser un superhombre, nene nunca voy a ser Cortazar’, decía el hombre enredado en sus trajes haraposos y colgantes. Parecía vestirse de alfombras y por eso los gatitos a su lado pretendían afilar sus uñas en él, y él los detestaba. ‘Me ensucian’ decía.

Él fue uno de los tantos hombres que veía a diario camino al trabajo. Recuerdo también al que le chorreaban alas cada día de lluvia. Me había contado Teodoro, quien fue mi supervisor, que su novia era lo más parecido a un gorrión que jamás haya visto. Claro, gracias a su imaginación ya que sabemos que los gorriones no existen.

Este tipo figuraba padecer de su don, ya que somos muchos los que aun hoy soñamos con volar, bajito y cortas distancias. Héctor solía decirme que en la esquina de su casa era de esperarse que cayeran plumas de agua, se ve que el hombre de las alas de lluvia vivía cerca. Jamás nos invitó a beber ni un exprimido de nube. Es que en el barrio jamás nos hemos caracterizado por la cordialidad, siempre fuimos autónomos de lo protocolar. Ni nos mirábamos, a menos que compartiéramos la misma baldosa, y de ser así nos observaríamos sin que lo notásemos.

Yo solía verme arropado en un rincón, todo haraposo, con flores marchitas sobre los párpados, y mis manos en la cintura, hasta que pasara alguien, alguno de esos personajecitos que hiciera de pétalos espadas y espejos rojos, digo, hasta que, digo, hasta que hiciera que mis ojos vieran más allá de mis pétalos. Eso digo.

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