Era primavera, era miércoles y esa noche brotó una gota de la hoja. No hubo individuo que premeditara la acción. Dejar demostrar o dejar de mostrar. El olvido tan encantador, el ojo que parpadea solo y loco, loquitos, las veredas que se abren para mi, preparando mi caída a la gloria, mi maximizar de la producción, auto producción, porque es propia de mi. Cruzando puentes voy, y ninguno se asemeja al puente que me dijo el gordo que tengo que cruzar para llegar. Ya dialogo con objetos porque las charlas subjetivas van disminuyendo. No me contesta, le hago una pregunta, hace un ruido y no contesta.
No contesta y la ira se maximiza, se amplía y la sangre corre a velocidad de celos y paranoia, agonía. No me contesta, ¿qué hago yo para merecer? ¿Qué es lo que hago? ‘¿Cómo alguien puede tratarte mal?’ Me dijo mi amigo. Y ni siquiera me puedo atribuir una determinada función que origine en el otro una relación de uso, una relación con arreglo a fines; nadie puede utilizarme porque no hay nada que exprimir. No me contesta. Lo subjetivo se termina y le abre camino a la piedra objeto almendra.
Me dijo el tren que la gente siempre se va.
Viajando la considero y se me viene a la mente; no como antes que era un ir y venir entre ella y él, y casi lloraba cuando le contaba a mi amigo que sonreía casi igual por los dos al momento de recordarlos, y cuando viajo y pienso me convenzo de estar viviendo una transición hacia eso que algunos llaman ‘pagar’ por lo hecho. Se debe estar invirtiendo todo, pero de manera funcional, para así llegar más rápidamente a destino.
Me dijo el tren que la gente siempre se va.
La música de los engranajes en las fábricas que una vez vivieron se sigue escuchando en sus paredes, como la carne que grita su poder de destrucción, como el hombre que reconoce ser capitán de su dolor. Como todo lo suyo que me hace navegar hacia los fondos.
(Introducción, y luego situaciones cortas)
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Hace 16 años

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