viernes, 10 de julio de 2009

la última escena.

Dejo el cigarro a un lado, para despejar mis manos y así presionar mi rostro contra la duda. Ojalá el vicio me hiciera perder la cabeza y no volver a encontrarla; pero aún así siempre tendré estos susurros que no paran de ser quienes son, para repetirme una y otra vez sus tantas moralejas.
Fumo y tuerzo un poco la cabeza.
Hay una verdad del guerrero que se niegan a creer; el mandato divino; ese es el que vivimos. A él le dicen que se aparte y así será, puedo hasta incluso trazar el camino por el cuál debo irme, con mis propias manos. Y si lo deseas, trazar tu propio sendero.

Reconozco haberla observado como quien observa a un maniquí, solo que este dormía y también despertaba. Creo entonces, haberla observado como cualquier hombre lo haría. Tan fría sobre la cama, sin pretender una caricia, sin siquiera emitir un sonido que sostuviera sentido y provocara interés en procurar callar, para solo escucharla. Tan mujer, recostada como cadáver en su lecho, tan insensible y despreciable. Y yo la esperaba.
Esperaba alguna señal. ¿Una señal? Ya no sabía ni que esperar.
Dos horas, y seguía muerta. Preferí entonces distraerme, alimentándome de deseos de perversión sobre su cuerpo helado y tembloroso, queriendo revivir su ido o no conocido placer, pero sentía las manos tan inútiles que sabia sería una ardua tarea con nulos resultados a corto plazo. Que asco me dio ella y cuánto la deseé.
Su anterior discurso había sido tan estúpido que hubiese sido lógico no querer volver a escucharla, pero mi mente tan horrible sabe que mi deseo es cocinado en parte por el asco y desprecio, hallando de esa manera unas incontrolables ansias de poseer a la persona, y someterla a mi deliciosa sentencia. Hay momentos en los que la desprecio tanto que la cogería por horas.
No es poco común, no lo es, lo se. Puedo refaccionar construcciones, pero siempre es mejor demoler para luego volver a construir. Y hubiese preferido demolerla a ella, aprovechándome de la futura reconstrucción.
Pero no puede seguir en pie en mi vida, ella seguía muerta.
Ocho horas, y seguía muerta.

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