de todo eso que lo hace flotar allá lejos. y lo detesto. al él con su amarillo, con su anaranjado, con su color de calor, con sus quemaduras,
que a la piel la hace poner asi, como lija, primero brilla, luego raspa. no lo disfruto como los niños, ni como todos aquellos que lo adoraron.
pero no está mal. yo lo veo a el y desearía no tener ojos, porque cuando vuelvo a posar la vista sobre algo no luminoso veo negro,
no veo. es como no tener ojo. ni ojos. ni ver.
otros ven otras cosas. mis ciegos amigos ven belleza como yo, pero es otra. esa que está prefabricada. yo veo a la tierra cuando es siempre polvo.
y me siento, en soledad en el recibidor, y miro por mi ventana. veo a los niños danzar juegos, hechizos maléficos, contarse cuentos sobre
sus madres y sus padres muertos en la guerra o en los Alpes y a los balones ir y venir, como despreciados.
y los veo y a veces lloro, por lo que fueron y lo que jamás volverán a ser. porque de tiempo en tiempo serán máquina de tan engranaje que
nacieron para ser.
y recuerdo a todos aquellos que no me dirigen la palabra porque malinterpretan mi vida.
no pretendo compartir una misma vida, con una única visión.
18 de agosto de 2010.

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