Era algo importante lo que había hecho. Era algo así como un
examen. Algo que volaba en importacias. Un trámite.
Fue tan así que hasta llevé el auto, y a mis gatos en la parte trasera.
Tenía una habitación en el imperioso edificio al cual tuve que concurrir por la
importancia. Era una linda esquina, con
un gran ventanal. El sol en su totalidad
iluminaba mi habitación, a mis gatos y a mi.
Desenjaulé a mis gatos. El albino se escondió a reposar
debajo de un sillón bien clásico, mientras que a la Señora nada le importó
mucho, y se ubicó donde ya no se.
En determinado momento llevé a cabo la importancia, sin
detalle de éxito alguno.
Me dirijo entonces al jardín central de la ornamentada construcción y por un
descuido el hombre de sombrero y yo nos interceptamos con asombro.
Su angustia barrió la sensación de importancia por tan solo un momento, para
luego acompañarme a todo lugar al que fuera suplicando una charla.
No podía hacer mucho por él, solo llevarlo a mi habitación.
Una vez dentro de la misma, ahogados por importancias y ronroneos , pretende
que lo alcance a algún lado de no tanta importancia.
Llevarlo hacia mi auto, o en él, sería entonces un gran error, de máxima
importancia.
Todo perdería sentido.
Y nunca se quitó el sombrero, y su traje permaneció intacto
más allá de la angustia.
Admirable hombre cargando angustias de no conocida importancia.
Luego termino viendo locales de ropa barata con una amistad, volviendo siempre
a lo banal a modo de evasión. Sin nadie que lleve sombrero, ni importancias.